Mi reino no es de este mundo, ¿y el tuyo? | JESUS ES EL REY DE REYES

jueves, 15 de octubre de 2009

Mi reino no es de este mundo, ¿y el tuyo?

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El primer gran mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas. Eso fue lo que contestó Jesús a la pregunta de un líder religioso de su tiempo (ver Mateo 22:37, 38; Cf. Deuteronomio 6:5). Para amar a mi prójimo como a mi mismo, segundo gran mandamiento (vs. 39; Cf. Levítico 19:18), es necesario amar a Dios y recibir su amor.

Es curioso, cuanto más paradójico, comprobar que a lo largo de la historia muchos que han profesado amara a Dios sobre todas las cosas, en realidad se han amado más a sí mismos que a los demás. Han amado más sus propias visones “equivocadas” (desde luego no desde sus propia visión de las cosas), que la visión de Dios, la visión que busca el bien común, o dicho de otra forma, la visión que siempre condena el liderazgo personal que impone, en nombre de Dios, su propia idiosincrasia.

En la Escritura encontramos un relato interesante que muestra lo que intentamos plasmar. Coré, Datán y Abiram, primos de Moisés, el gran adalid de Dios, se rebelaron contra su autoridad. “Con nosotros todo irá mejor”, decían (ver Números 16:1-3). “Si nosotros tomáramos las riendas de esta nación la peregrinación a la Tierra Prometida terminaría pronto” (ver Números 16:13, 14), proclamaban abiertamente a los hebreos. Esa arenga fue calando en muchos sinceros corazones al punto que no pocos empezaron a despreciar a Moisés, mientras ensalzaban a la triada de primos sublevados.

Se supone que Coré, Datán y Abiram amaban mucho a Dios. Lo amaban tanto que querían ayudarle, y eso pasaba por quitar de en medio al “inoperante e incompetente” Moisés. Para ello lanzaron la campaña del descrédito que finalmente no funcionó porque Dios terminó esa triste situación dando crédito a Moisés. Él había escogido a Moisés y sólo Él tenía el derecho de relevarle de tan importante y sufrido cargo.

Permitidme que en esta ocasión no haga una aplicación eclesiástica de este hecho (os remito “Rebelión” para ello), sino una valoración política (¿?). La Escritura, en el libro de Daniel, dice que Dios es quien “quita reyes y pone reyes” (Daniel 2:21). Muchos se han preguntado si acaso Dios no solo ha permitido sino colocado a personajes tales como Adolf Hitler o Idi Amin como líderes de sus respectivos países, quienes, junto a otros muchos infames a lo largo de la historia, y casi siempre bajo sus propias convicciones personales de justicia, han impuesto a sangre y fuego sus ideas de justicia amparadas, en algunos casos y en algunas ocasiones, bajo la recurrida “voluntad de Dios”.

En España, y sin ánimo de establecer comparaciones personales y morales con los anteriores dictadores, era lo normal leer en las antiguas monedas del régimen franquista la siguiente inscripción: “Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios”. Uno ante esta inscripción y con la Biblia en la mano se pregunta: ¿Es una broma? No, el Caudillo no estaba para bromas. Entonces, sólo me queda decir, “¡que atrevida es la ignorancia!”.

Sin entrar en valoraciones sobre el desgobierno reinante en aquellos tiempos, podemos concluir que Dios no quita a un gobierno elegido democráticamente, por muy mal que lo esté haciendo, para poner a otro a sangre y fuego. El dictador o el liberador, según el ojo con que se mire, no gobierna porque Dios lo haya querido, sino porque él y sus secuaces lo han querido. La voluntad de Dios es que se respete la legalidad, y si esta no es respetada bajo un régimen legalmente establecido, la solución no pasa por destruir lo anterior para instaurar el régimen dictatorial sea del color que sea.

Al igual que Coré, Datán y Abiram, son muchos los que se adelantan a Dios y establecen sus propios criterios. Y de la misma manera que Dios no aprobó la acción de la triada rebelde contraria a Moisés, tampoco puede aprobar las acciones militares para derrocar ya sea gobiernos o grupos religiosos. El exterminio, la aniquilación, las limpiezas étnicas, los paredones de fusilamiento en el nombre de Dios, son una verdadera abominación para Dios.

Entonces, ¿debemos soportar la injusticia, la inmoralidad, la insensatez? ¿Es eso lo que Dios quiere? Desde luego que no. Dios no quiso que el pecado y la muerte irrumpieran en nuestro mundo. Dios no quiso que Caín matara a su hermano Abel. Dios no quiso que su pueblo escogiera la idolatría antes que la santidad. Dios no quiso que Pedro le cortara la oreja a Malco. Dios no quiso ni quiere el mal. Pero Dios tampoco quiere “la justicia por mi mano” (ver Romanos 12:19). Debemos tener en cuenta que:

1. Dios va a pedir responsabilidades a todos aquellos que están en situación de liderazgo político, y por supuesto, religioso. Dios no puede estar de acuerdo con ciertas leyes como, por ejemplo y por ser una ley reciente que comportó cierta polémica, el matrimonio entre homosexuales. Pero, en tanto que es una ley aprobada por una mayoría parlamentaria, Dios nunca autorizará a nadie a levantarse para “cortar cabezas” y restaurar el sentido común por la fuerza para imponer su visión divina de las cosas en este caso o en el que sea.

2. Jesús dijo: “mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). El cristiano está llamado a esperar algo mejor, el Reino de Dios. Esto no significa que deba estar cruzado de brazos en este mundo ante las injusticias sociales, políticas, religiosas, etc. Pero tampoco significa que deba arremeter contra todo y con todo para imponer su idea de justicia. Cualquier liderazgo, ya sea político o religioso, que impone su visión de las cosas asume una responsabilidad que Dios no le otorga.

Me dan “miedo” tanto las políticas que promueven tanta tolerancia social como las que buscan imponer una ideología moral y cristiana. Las primeras porque en realidad, y en algunas ocasiones, promueven un velado libertinaje que corrompe los principios del evangelio, y las segundas porque contravienen la clara separación que debe existir entre iglesia y estado. Eso de “a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 21:22), no todos lo han tenido claro en el pasado, tanto a nivel político como religioso, y parece que tampoco en el presente. Ya lo anticipó Jesús cuando dirigió a sus discípulos este aviso: “Viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios” (Juan 16:2). Lo interesante es notar lo que dice seguidamente: “Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mi” (v. 3)

Y es que Dios no tiene ninguna especial consideración o interés particular en favorecer a una nación por encima de otra, o ninguna idea política en detrimento de otra, en tanto que todas tienen cosas buenas y malas. Dios está por su pueblo y por despertar a toda nación, tribu, lengua y pueblo a una realidad: el evangelio eterno, de manera que podamos aceptarlo, vivirlo y así convertirnos en ciudadanos del reino de Dios (ver Mateo 6:33).

No todos los candidatos al Reino de Dios somos iguales, pero todos tenemos en común algo esencial: que amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestros prójimos como a nosotros mismos.

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